Hace años que comenzó una nueva vida para mi. En ese camino encontré personas que me apoyaron, que entendieron que empezar de cero no es necesariamente volver a nacer, que todos llevamos una carga encima después de unos años de vivir.
Encontré una familia donde, a pesar de las diferencias, la convivencia era lo más importante. Encontré a mi pareja y con ello todo lo que se supone viene dado.
Tardes de tertulia, tardes de guiñote, algo muy de aquí, parecido al tute. Tardes de discusiones por una mala jugada disfrutando de un café, una cerveza y una tertulia de mujeres mientras los niños corrían entre las piernas y el perro lamía los restos del postre.
Convivencia, amistad, relación.
Durante años recorrimos los recuerdos de la infancia, de la juventud. Aprendimos a sentir todo aquello que desbordaba los ánimos, todo aquello que nos hacía ser personas.
Era mi familia, quizás no la más culta, posiblemente llena de grandes defectos, pero me había acogido en su seno.
El, el era él mayor, el marido de toda la vida, el novio de la infancia. Había recorrido todo su camino en esta relación. Quizás no fuera una persona culta, quizás sus limitaciones y educación lo habían llevado a ser un hombre a la antigua usanza. Ni mejor, ni peor. Esa había sido su educación.
Salir a tomar copas con los amigos, alguna puta de vez en cuando, alguna borrachera en fiestas y una copa de anís con el café de las tardes mientras esperaba volver al tajo de la obra.
Desde el principio el respeto a mi persona, en ocasiones una cierta admiración. Creo que no por mi mismo, sino por haber podido llevar a mis brazos el deseo que desde hacía años había querido conseguir.
Las tardes de inviernos nos dejaron ver como la lluvia caía a nuestro lado. Dulces pedregadas que marchitaban a veces el recuerdo de la vida. Los chicos crecían, los problemas también.
A veces, una palabra mal entendida, un error sin disculpas, un momento de vacio provocan la soledad de la persona, provocan la lejanía.
Mientras el se alejaba tras mirarse al espejo y no reconocerse, muchos le echábamos de menos, sus brotes querían acogerle en su seno y la vida les distanciaba.
Decisiones inadecuadas, palabras de miedo, un alma perdida.
Hoy ese alma esta en nuestro recuerdo. Todos lo lloramos. Unos por el recuerdo de alguien que no quiso luchar, otros, por la paz que dejaron de tener. Todos lamentan que con 56 años, no disfrute de su nuevo retoño que seguro vivirá en su recuerdo para siempre.
Un abrazo. Hasta siempre.
Nota:
En recuerdo de Alfonso, alguien que deseo vivir y nunca supo como hacerlo.